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Lombard, Dixon, ¿podemos elegir el destino?

-N o te molestes. - Le dijo Ava Gardner , que se había encendido un cigarrillo en un descanso de un rodaje duro. Competidoras en la gran pantalla por el amor de un hombre, alzaron sus ojos a la silueta lacónica de Clark, postergado por la tristeza. Con sus caladas, orbitaba el humo azulado en arabescos en torno a la cabeza del dandi, que sudaba profusamente. Junto a los minúsculos mosquitos, el calor resultaba de lo más enojoso para Ava, porque se le corría el maquillaje. Un escorzo para coger la taza de latón con café, y la bella señorita Gardner siguió de cháchara. - Desde Carole no levanta cabeza. Por mí te lo puedes quedar, Grace. - Sentenció la libérrima Ava.    El animal más bello del mundo. Precisamente, Grace Kelly que escuchaba a su compañera de reparto, se conmiseraba de ella. Durante el rodaje de Mogambo , la morena había vivido la última crisis con Frank Sinatra , porque acudió a Londres por su cuenta a que le practicasen un aborto. Estaba convaleciente de la operación
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¿La lectura nos hace mejores?

  A ngustiado, mis nudillos se suspendieron sobre la puerta, detenido por un adarme de duda. Aún estaba a tiempo de largarme. Pero tamborileé de forma que la mucama me abrió presurosa. Después, con sigilo de gacela, en un lugar donde las horas me parecieron muertas, me condujo a aquella habitación. Donde habría esperado fuego en su quicio, y sin embargo, la penumbra se cernía en los ojos de aquel fauno de crines plateadas. Adormilado en una de las butacas del tresillo de flores, despertó repentinamente, y viró su cabeza mientras elevaba la voz en una pieza parca. El gran Borges, en esa mediana edad.  – Siéntese, por favor. – Pulsó el interruptor de una lámpara, con sus dedos gruesos, y bruñía la sonrisa con una inteligencia  chispeante . – Yo por lógicas razones, no la necesito. Lo hago por vos, ya que me va a leer. - No le contesté, no por descortesía. Mi cabeza todavía flotaba en la escena que tuvo lugar el día anterior, el de la invitación.  - ¿No sabés de quién se trata, loco? -

El sarasa de Röhm y la implosión de la SA

  E staban cansados de sus bravuconadas. La revolución, la revolución, ¿qué revolución?  Aquella cuadra de poderosos caballeros aprovechaban el receso, para  salir un rato a la estancia de fumadores de la Ópera de Berlín, con sus imponentes chaqués. Blandían cigarros y protestas en sus belfos. Aquel gordinflón, camisa parda de las SA  ( Sturmabteilung)   aullaba por las esquinas, que saldarían cuentas con los industriales, y eso no podía ser. Se adueñarían de las fábricas, que serían propiedad de los trabajadores. ¿Para eso habían apoyado  a Hitler?  Ernst Röhm, líder de las SA Nadie olvidaba, y menos ellos, que los grandes herederos de los emporios industriales, seducidos por  Franz   Von Papen , que les había vendido que  Adolf Hitler  era la solución, apoyaron financieramente la campaña electoral del cabo austriaco, que en este momento decisivo pecaba de inacción. " El diablo con sombrero de copa" que revoloteaba entre ellos ,  evocó aquellos días que se sucedieron a la co

Ejercicios de supervivencia.

  "Francia ha perdido una batalla, pero no la guerra." Charles de Gaulle, discurso en la BBC de 18 de junio de 1940    L os espejos tienen personalidad, y como la cuchilla con la que se rasuraba la barba, vio reflejado un amago de su propio dolor. Habían pasado más de diez años. Un uniforme negro, la luz pesada de los focos, y ese instrumento que incidía en su piel, con otros fines no ajenos a la tortura. El  cuerpo de Jorge Semprún  cobró  en los interrogatorios de la Gestapo en Auxerre  una dimensión ignorada por el veinteañero. A veces, tener veinte años suponía más ventajas, como que los hombres de negro pensaran que no era nadie importante, y que por tanto,  no merecía la pena desplegar con él todo su repertorio de horrores, que haría palidecer a la Inquisición barroca. Sonrió, por cómo antes de ser detenido, sus compañeros de La Resistencia, fabulaban sobre los interrogatorios.  Jean Moulin, héroe y unificador de la Resistencia. - Os imagináis que ese hijo de puta de K

¿Existe Dios? Calculémoslo.

  U na sonrisa disfrazada de socarronería. Caminaban por la orilla de una `playa normanda, y las ondas acechaban los cabellos de coralina y los labios de fresa de Natalie. A él, un alemán, le habían asignado a la Embajada de París en una misión secreta, pero todos se habían enterado de su llegada. No en vano,  Gottfried Wilhelm von Leibniz  se había convertido en el pensador europeo  más importante del momento.  Sin embargo, en aquella ocasión le atraían a la capital gala otros menesteres, más complejos que los entresijos de la ciencia, relacionados con el inescrutable ser humano. Pues debía lograr como representante del Elector de Maguncia, una audiencia con su veleidosa majestad, el Rey Luis XIV. Sonaban tambores belísonos en la marchita Europa, que no se había recuperado de la Guerra de los treinta años . De ahí, lo s esfuerzos diplomáticos del elector por convencer al llamado Rey Sol ,  para que dirigiese sus ardores guerreros hacia Egipto, como en su momento los proyectó Julio C